El Perdón
Perdonar: cuando el alma sangra, pero el amor decide
Como cristiana, sé que el perdón no es una opción
decorativa del evangelio. Es un mandato. Fui perdonada en la cruz, no por
mérito, sino por amor. Y, sin embargo, hay días en los que perdonar duele más
que la herida misma.
Pero no siempre nos hiere un extraño. A veces es
quien más amamos. Y esa traición, esa palabra, ese abandono… se queda dando
vueltas en la mente, como una espina que no deja dormir. Y cuando no
perdonamos, esa espina se convierte en raíz: raíz de amargura.
Hebreos 12:15 nos advierte:
“Mirad bien… que no brote ninguna raíz de amargura que
os perturbe, y por ella muchos sean contaminados.”
La falta de perdón no solo nos lastima a nosotros. Se
filtra en nuestras relaciones, en nuestra fe, en nuestra paz.
¿Cómo enfrentar el perdón cuando cuesta?
1. Reconociendo el dolor sin justificarlo.
Perdonar, no es decir, “no pasó nada”. Es decir: “Sí, me dolió… pero no quiero
vivir atada a ese dolor.”
“Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y
salva a los contritos de espíritu.” — Salmo
34:18
Este versículo nos recuerda que Dios no minimiza
nuestro dolor. Él se acerca a quienes están heridos, validando su sufrimiento
sin exigir explicaciones. Reconocer el dolor es el primer paso hacia el perdón.
2. Recordando
que el perdón es una decisión, no un sentimiento.
No esperes a “sentir” que puedes perdonar. Decide hacerlo… y el corazón irá
sanando en el camino.
“Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos,
perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.” — Efesios 4:32
Aquí no se habla de “sentir” el perdón, sino de actuar
con misericordia como un reflejo del perdón que ya hemos recibido. Es una
elección que libera.
3. Orando por la persona que te hirió.
No porque lo merezca, sino porque tú mereces ser libre.
“Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a
los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os
ultrajan y os persiguen.” — Mateo 5:44
Jesús nos invita a transformar el dolor en
intercesión. Orar por quien nos hirió no es justificar su acción, sino liberar
nuestro corazón del rencor.
4. Volviendo a la cruz.
Ahí donde tú fuiste perdonada, sin condiciones. Ahí donde el amor venció al
juicio.
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” — Lucas 23:34
Estas palabras de Jesús, pronunciadas en medio del
sufrimiento, son el mayor ejemplo de perdón. Nos recuerdan que fuimos
perdonados sin merecerlo… y que desde esa gracia podemos perdonar también.
Para meditar
¿Qué herida aún te habla en silencio?
¿Qué rostro necesitas soltar para recuperar tu paz?
¿Puedes imaginar cómo sería tu alma sin esa carga?
Perdonar no es olvidar. Es recordar sin que duela.
Es mirar la herida… y ver que ya no sangra.
Es elegir la libertad, una y otra vez. El perdón, cuando viene
desde la herida, no es un acto débil… es una decisión valiente que libera.
Comentarios
Publicar un comentario