Perseverancia
“Cuando el alma sabe cuándo insistir… y cuándo soltar”
La
perseverancia es el esfuerzo constante para alcanzar las metas, y la determinación
de seguir adelante a pesar de las dificultades. No obstante, no es simplemente insistir, es discernir cuándo
avanzar, cuándo esperar… y cuándo soltar.
“Persevera el sabio, insiste el necio”
Existen diferencias entre perseverar y simplemente
insistir.
La perseverancia sabia tiene propósito y sentido interior. Escucha los
tiempos y señales. Está guiada por fe, esperanza y aprendizaje. Produce fruto
(aunque tarde).
La insistencia necia surge del ego, el miedo o la necesidad de control. Ignora obstáculos o
advertencias. Está guiada por terquedad o apego. Agota, bloquea o genera
frustración.
Para meditar.
“Hay caminos que al hombre le parecen rectos, pero su
fin es camino de muerte.”
— Proverbios 14:12
Fábula.
“El
ave que insistía con las alas cerradas”
Había una vez, en un valle envuelto por nieblas suaves,
una avecilla llamada Alaia, cuyo nombre significa “alegría” en el
antiguo lenguaje de la esperanza.
Su corazón latía con una música que solo los que
sueñan pueden oír.
Cada mañana miraba la cima de la montaña sagrada,
donde creía que el sol eterno la esperaba, y se preguntaba. ¿El sol eterno está donde lo busco… o dónde?
Pero sus alas, por miedo o por dudas, no se abrían del todo. Saltaba, se
esforzaba, insistía… y caía. Cada golpe dejaba una pluma en el suelo y una
grieta en el alma.
Un día, en medio de su cansancio por sus intentos, escuchó
una voz grave: era la de un viejo búho sabio, cuyos ojos contenían siglos de
cielos y que siempre lo observaba y dijo:
“¿Por qué insistes con alas cerradas?” No es la fuerza
la que te elevará, sino la fe, que sabe rendirse al viento.
Alaia, confundida, preguntó: “¿Acaso no debo luchar por mi sueño?”
El búho respondió:
“Sí, pero no todo lo que brilla en lo alto es tu destino. A veces el alma
insiste donde solo la mente quiere llegar.”
Esa noche, Alaia no voló. Se quedó quieta, pensando en
las palabras del búho. Y cerrando los ojos, sintió el aire, y miró hacia dentro. Ese día entendió, que perseverar no es desafiar el mundo, sino confiar en el
momento correcto.
Al día siguiente, se paró en la rama de siempre, pero
con una actitud diferente, abrió sus alas por completo, y voló. Esta vez no
apuntó a la cima, sino al horizonte.
Voló sin lucha, sin miedo. Y allí, en un claro del
bosque, encontró un rayo de sol que la abrazó. El sol no vivía en la cima.
Vivía en ella, esperando a ser descubierto.
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