¿Rico o pobre?
La riqueza del corazón.
Hay momentos en que
las cuentas no cuadran, las fuerzas se escapan y las preguntas se multiplican.
¿Qué estoy haciendo mal? ¿Qué me quiere enseñar Dios? ¿Me estoy resistiendo a
aprender?
Pero entonces, como un
susurro del cielo, me llega una certeza: la verdadera riqueza no se mide en
billetes, sino en propósito.
La riqueza es relativa
Siempre habrá alguien
con más… o con menos. Pero ese juego de comparaciones solo nos distrae de lo
esencial: ¿qué es lo que tengo que no se puede comprar?
- Un corazón que aún sueña
- Una fe que no se doblega
- Una voz que aún quiere contar historias
Ricos y pobres desde la mirada divina
La Escritura no
condena la riqueza, sino el corazón que la idolatra. Dios ha bendecido a ricos
piadosos como:
- Abram, quien ofreció su tierra por paz.
- Job, cuya fe no tembló ni cuando lo perdió todo.
Y también nos muestra,
pobres impíos, cómo:
- Judas, quien con poco, traicionó todo.
- El faraón, que con mucho, endureció su corazón.
La clave no está en
cuánto se tiene… sino en qué se hace con ello.
Entre la deuda y la enseñanza divina
La necesidad puede doler. El cansancio se puede apagar. La deuda se puede ahogar. Pero también… pueden ser mensajes. Cuando atravesamos situaciones como esta, no siempre es porque estoy fallando. A veces solo estoy siendo moldeada. Y eso, aunque duela, también es gracia.
¿Qué tengo en el corazón?
Pero aun si hoy no hay abundancia financiera, hay abundancia de promesas. Dios no mide por montos, mide por confianza. Y en este proceso… hay tesoros invisibles que solo los ojos de la fe pueden ver.
«Que nunca me
falte fe para creer en la riqueza que no se ve».
“Más vale el buen nombre que las muchas riquezas, y el favor que la plata y el oro.”
Proverbios 22:1
Recuerda que el valor verdadero no se mide en posesiones, sino en integridad, propósito y gracia.
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