Arrepentimiento

La falta de arrepentimiento: el espejo que el ego evita.

La falta de arrepentimiento— es un tema profundo, delicado, y muy humano. Lo que duele no es solo el error cometido, sino la negación del daño, el silencio del alma que se niega a mirar su reflejo.

El arrepentimiento no es debilidad. Es la puerta al cambio.
Pero cuando el ego toma el volante, nos convence de que reconocer el error es perder poder… Cuando en realidad, es recuperar humanidad.

Mensaje para quienes no se arrepienten (y para quienes sufren por ello)

“No arrepentirse no es fortaleza.
Es miedo disfrazado de orgullo.
Es cerrar los ojos frente al espejo.
Creyendo que si no lo ves… no existe.”

A quienes viven en esa negación, podríamos decirles:

  • El arrepentimiento no te humilla. Te libera.
  • No reconocer el daño, no lo borra. Lo perpetúa.
  • El alma que no se arrepiente se estanca. Y el estancamiento es el terreno fértil del sufrimiento.

Para quienes sufren por la falta de arrepentimiento de otros.

Solo te toca hacer, lo más poderoso que se puede hacer.
Orar. Esperar. Amar sin justificar.

Deseamos que esa persona se vea en el espejo, y esa idea es noble. 

Pero recuerda: el espejo no se impone. Se ofrece.

Y Dios, que ve lo que tú no puedes cambiar, también trabaja en lo invisible.

Proverbios 28:13

«Quien encubre su pecado jamás prospera; quien lo confiesa y lo deja, halla perdón».»

Este versículo es como un espejo bíblico: nos recuerda que esconder el error no lo borra, pero confesarlo abre la puerta al perdón y al crecimiento.

 Carta a una persona que no quiere ver su reflejo.

No sé tu nombre, pero sé que existes. 

Estás en cada historia donde alguien fue herido, y el silencio del otro se volvió más cruel que el golpe. 

Tal vez crees que lo que hiciste no fue tan grave. 

Tal vez te repites que el tiempo lo cura todo, que el otro también tuvo culpa, que ya pasó. Pero no ha pasado. 

Porque el dolor no se mide en relojes, sino en ecos.  Y el eco de lo que hiciste aún resuena en alguien que te amó.

Arrepentirse no es rendirse. Es reconocer que el amor vale más que el orgullo.  Es mirar atrás no para quedarse, sino para sanar lo que se quebró.

El ego te dirá que pedir perdón es perder poder. Pero el alma sabe que el verdadero poder está en la humildad. 

Decir: “Me equivoqué. Lo siento. Quiero hacerlo mejor.” Si aún estás a tiempo, hazlo.  No por obligación. Hazlo porque el arrepentimiento es el primer paso hacia la paz.

Y si tú eres quien espera ese arrepentimiento, no pierdas la fe.  A veces, el alma tarda en despertar.  Pero cuando lo hace, el perdón florece donde parecía imposible.

 Con amor. 

Carmen.

 

 


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